miércoles, 29 de diciembre de 2010

Roto y Descosido. San mártir perdedor.

Atención lectores que este capítulo va a empezar así como de rayo, sin entrada, prefacio ni nada, y caerá sobre vuestros ojos como una gota-aguja de la lluvia del centeno. Porque lo escribo yo y porque puedo, este capítulo no tiene introducción.”¡¡Dios mío!! ¡¡Lo ha atrapado!!”. Las caras de Roto y Descosido no daban crédito, ni microcrédito, a lo que estaban viendo. Por la Tv se veía un canino oregilargo descuartizando y seccionando vísceras que brillaban bajo un sol de justicia. La sangre que no resbalaba por sus colmillos se agolpaba reseca en su hocico que resollaba venganza. Puesto que era un banquete anhelado, un sueño cumplido entre una nube de plumas azules que bailaban al son de un country forajido.

-¡Lo ha atrapado! ¡El Coyote ha atrapado al Correcaminos!- Aulló Roto.
-¡Qué se joda ese pájaro azul!- masculló Descosido.

Vaya para los constantes que, después de años y años, de estudios, tesis y ruegos a la Droide, de millones y millones de euros de su familia invertidos en ACME y varios centros de alcohólicos anónimos, ese día sí, ese día el Coyote había hecho morder el polvo al Correcaminos haciéndole pagar su arrogancia eterna. Y a Roto y Descosido les hizo tanta ilusión que desabrocharon una botella de Champagne vietnamita y brindaron bocabajo por el Coyote.

Al descorchar, tres minutos después, la tercera caja de botellas, empezaron a escuchar los primeros cohetes y disparos por la calle, acompañados de gritos de mariachis y ciborgs en celo. Al parecer la noticia había llegado a más pantallas y la noticia empezaba a correr como la cocaína o como nunca más lo haría el Correcaminos.

Rebobinamos un poco como si no hubiéramos estado en casa de Roto y Descosido, entonces habríamos visto como el mundo se paralizaba STOP delante de cada pantalla de Tv. Los corredores a gatas de las cintas de los salones recreativos pararon su ejercicio, las viejas hilanderas de la estación dejaron caer sus husos en los charcos de vómitos de los abandonados borrachos, incluso los levantadores de koalas fijaron sus pupilas estrábicas en las fauces feroces del canino vengador deshojando pluma por pluma un 'te como no te como' de segura resolución. Pero eso fue en ese justo momento en que lo atrapo y no ahora, cuando volvemos al balcón de Roto y Descosido y los mariachis se entregaban al tequila y los balazos, saltando encima de los tanques soviéticos.

En la otra parte de la ciudad ejecutivos cavernosos de ACME se lanzaban al vacío viendo la inminente crisis al perder a su único y más fiel cliente, el que había pagado los estudios de sus gatos y la comida de sus víboras. Adiós a ellos. Y no era una víbora sino una serpiente de personas la que iba en dirección a Canaletas para celebrarlo, besándose como nunca antes lo habían hecho, declarando el fin de la guerra más televisada de la historia, que por fin había terminado.




Aprovechando tal fiesta, las tiendas de ultramarinos hacían su agosto vendiendo camisetas del Coyote vencedor. El mundo entero parecía haberse tetraplejicado en un segundo volador y se rendían a los pies del Coyote. Por su lado, Roto y Descosido decidieron sumarse a la celebración, incluso Descosido se había puesto su gorro de Coyote para homenajearlo, y cantaban himnos del desierto. Y es que por fin los perdedores, que somos casi todos, habían encontrado a ese paladín que les redimiera y les sacara del mundo de la cabeza gacha y los hombros encogidos como caracol por un día. Todo un sentimiento de reconquista universal representado en un cuadrúpedo mudo y orejudo.

-¡Viva el Coyote! ¡Abajo el burgués!- gritaban algunos.
-¡Viva Walt Disney!- relinchó uno llamado Chen Liu.
-¡No es de Walt Disney!- le respolinchó Liu Chen, -es de Hanna Barbera.
-¡Pués viva esa mujer!-apunlinchó Chen Liu
-¡Son dos hombres, asifonado!- concreto Liu Chen.
-En realidad creo que son de Warner Brothers- intervino el recién llegado Chan Li
-¡Pues viva la alcachofa!

La muchedumbre enloquecía y rompía las jaulas de los pájaros ya extinguidas de Las Ramblas, otros devoraban avestruces con palillos y un tumulto de médula simple decidió liberar a los coyotes del Zoo, costando la ocurrencia la vida a diez abuelas y 3 vegetarianos fueron heridos, una perra fue violada también.

-¡Viva San Fermín! - gritaban algunos llegados de Laponia.
-¡Gora!- respondían, -¡Lenin presidente!.

Se abría una nueva era para los perdedores, hasta Raskolnikof saltaba de alegría, Djukic se olvidaba de su penalti y Salieri lloraba desconsolado abrazado a una farola. Incluso fue éste último quién, y como buen católico, acudió al Vaticano minutos después pidiendo la canonización inmediata del Coyote. Debidos a los golpes y cañonazos, el mismo Papa tuvo que recibirlos en chilaba y aceptar la primera canonización exprés según por la tarifa estándar CV/89 de soborno episcopal. Y se estableció de este modo el 23 de Thermidor como el día de San Coyote, desplazando al pobre guisante, patrón de los imposibles conseguidos con tenacidad y de los coyotes mudos. La noticia no tardó en centrifugarse por todas partes y pasó del Vaticano a los sucios bares, e incluso los esquivos esquimales se mostraban emocionados por TV, besando sus cruces y asegurando que se vestirían de nazarenos el próximo hanuká.

Pese a que la fiesta terminó varios bienios después y dejó una resaca de aúpa, batiendo récords de ibuprofeno y cianuro destilado sin azúcar, especialmente entre los niños, hubo 5000'17 detenidos por la REALIDAD por haberse olvidado de ser perdedores, incluidos Djukic y Raskolnikof dieron con sus huesos en la prisión. Por otro lado, Roto despertó colgado de una antena y con una batidora en sus manos, mientras que a Descosido hubo que ir a buscarlo a Madagascar e intervenirle para quitarle 4 tatuajes y 9 piercings que no recordaba cómo ni dónde. Pero 1 año después todo volvía a ser más o menos igual excepto en la televisión, donde un programa de un conejo que perseguía talibanes sustituyó al del Correcaminos y el Coyote. Ya nada sería lo mismo, ni para ACME ni para Salieri, pero la vida debía continuar. Y lo hizo.

No fue hasta 6 meses y tres ladrillos después cuando en letra de hormiga y en un periódico local de un país desaparecido, apareció la noticia del suicidio del Coyote, quien quizás no pudo soportar el vacío enorme de una derrota vengada, de un logro imprevisto, tan acostumbrado estaba a perder que no quería vencer y lo tuvo que hacer por inercia o por compromiso. “Al fin y al cabo”, decía el periodista W.B.Forrester, “¿Qué sería de nosotros sin el fracaso?”. No pudo más y se nos fue al cielo de los coyotes, sólo. Incluso el periódico afirmaba que, después de nada no era mudo, y que su única palabra antes de morir había sido “perdón”. Puesto que un perdedor es un perdedor, aquí y en la cara escondida de la Luna, y ni siquiera un santo en vida puede soportar una indigestión de barbitúricos ni la pérdida de su derrota.

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