lunes, 27 de septiembre de 2010

Un Roto para un Descosido, su primer encuentro

Era una madrugada transversal en la que las estrellas hacían huelga de luz por la esclavitud en Omega y las farolas gozaban de una baja por problemas de espalda. De modo que la ciudad brillaba de oscuridad en los charcos mientras la luna se hinchaba en su esplendor como un globo a punto de estallar. Y por allí andaba Roto, que volvía de descantillarse con afilados servilleteros y se hundía en algún que otro charco, mientras que no muy lejos, y en el mismo segundo, merodeaba también Descosido, quien buscaba el hilo de todas sus desgracias dando vueltas y vueltas a Stare Rynek.

Y no habrían cruzado nunca sus taras si no hubiera sido por la única y planeada casualidad llevada a cabo por los caprichosos dioses etrusco-leoneses. Puesto que, aunque en tiempos distintos, ambos decidieron entrar a tomar su último “sex on the moon” en El pirata ranchero, el postrero recodo para trasnochados obsoletos. Descosido fue el primero, sentándose cerca de la primera escotilla con A la recherche du temps perdú por montera y observando el paso de los centuriones, rojo y amarillo, que protestaban de nuevo pese a tener razón, amarillo y rojo. Y allí estaba nuestro primer héroe, cavilando sobre el tiempo y sus conjuntos cuando unos patines de 6 ruedas y manijas se deslizaron fiuu hacia la mesa, descubriendo a cada metro una camarera con ojos de tigresa y manos menbranosas quien, tras maullarle y hacer perder a Descosido un volumen proustiano por el suelo, anotó el pedido y volvió de espaldas hacia la barra.

A los pocos centuriones rabiosos entró Roto lleno de heridas irónicas y dudosas dudas y, pese a que no había casi nadie en el bar, hizo un giro de 274'P9º hasta que sus ojos se encontraron con los de Descosido y, ya lo sabemos, siempre hay un Roto para un Descosido.

-Hola, me llamo Roto.
-Hola, yo soy Descosido.
-Tienes libros en la cabeza.
-Tú tres orejas.
-Pero no necesito parches- respondió Roto ante tal acusación, aunque no le importó no usar ni una sola tilde.
-Ni yo cachalotes. Por cierto, ¿Cónoces a Ella?- añadió Descosido.
-¿A quién?
-Déjalo.
-Déjolo- Ahora se sintió un poco rotimidado- y tú, ¿Tienes latas oníricas?.
-No uso de eso.
-Deberías en Pascua.

Y allí y así se quedaron con cara de plancha de planchar, mirando el amarillo oscuro de los centuriones y escuchando el crepitar de las sandalias agrietadas con la sangre, ambos en el silencio más cómodo que podríais imaginar, sentados uno al lado del otro. Hasta que Descosido empezó a tamborilear su vida en la mesa mediante croquis imposibles. A eso, Roto respondió dibujando la suya en el aire con un mondadientes XXL; y así estuvieron durante días, ante la atónita mirada felina de la camarera y los gritos cada vez más violentos de los centuriones allá afuera, quienes incluso habían roto algún cristal con drásticas dentelladas.

Hasta que un elefante entró rompiendo parte de la entrada neogótica del bar y rodó cual barril por el suelo. Al parecer los disturbios iban en serio allá fuera y los centuriones entraron arrasando con todo dentro del bar ante la atónita mirada de Roto y Descosido, quienes arqueaban sus cejas hasta los límites geográficos de su frente, pero tuvieron el tiempo justo de saltar en espiral de las sillas, perdiendo el menos roto otro tomo de A la recherche por el césped lleno de cristales.

Los airados clásicos la tomaron con la camarera que trataba de arañar a cualquiera que se le acercara. Roto y Descosido consiguieron arrastrarse hasta el baño y allí un arco de herradura daba a una escalinata de caracol de mármol que subía hacia abajo llevando al tejado más alto de la torre más inclinada. Subieron a galopadas estridentes mientras otro volumen caía plof desparramado como un vaso de agua de Vichy. Abajo las hordas berreaban cánticos crastenses de taberna y el sonido de los patines rodando por el suelo era el pitido inicial para el partido más duro que la camarera felina tendría que soportar, cuando una decena de centuriones se echaron encima de ella.

Roto y Descosido se escondían, por su parte, en un cobertizo que daba a la luna llena, compartiendo una sola manta rasgada.

-¡Qué brutos esos romanos!- dijo Roto.
-Bruto ya no está en el gobierno creo.
-Se embruteció demasiado, dijeron.
-Pocas bromas con los brutos.
-Vraya..

Mientras las primeras bombas de racimo estallaban en la calle y hacian volar otra Recherche de la testa de Descosido, las SESO ya habían llegado y no sabían si atacar a los centuriones o ayudarlos, así que se pelearon todos entre ellos.



-En fín- burbujeó Roto- qué bien estamos aquí...
-Es porqué estamos soñando- respondió Descosido- aquí no existimos realmente sinó que nos soñamos uno a otro- y diciendo esto se dejó estirar en el suelo, cayendo así el último de los volúmenes de su cabeza que arrastró el sombrero de Robin Hood que llevaba, dejando un reguero de ideas que llenaban el tejado.
-¡Ah! ¡necesito un sombrero!- exclamó Descosido- ¡No mires! Son mis ideas.
-No pasa nada, yo tengo 3 orejas y el corazón descantillado. Déjalas que corran por el desagüe gargolado y caigan encima de esos brutos trapos, tampoco las entenderán y así te vacías - respondió Roto con un gesto extrañamente serio.
-¿No te molesta?
-¿Te molesta mi oreja?

Y ambos se recostaron esperando ver el ballet de las estrellas al ritmo de un música que sólo Roto podía escuchar pero que repetía para Descosido mediante golpecitos en el suelo del tejado más alto que existió esa noche. Mientras afuera una legión de centuriones y Sesos se alarmaban y gritaban desesperados antes ese aluvión de ideas que no sabían de donde llovían y les cegaba al entrarle en los ojos. Desconcertadamente agresivos, decidieron dar muerte a todo lo que se movía delante de ellos, liquidándose ellos mismos al son del final del concierto silencioso de las estrellas.

-Oye Descosido,
-Dime..
-Háblame de Ella..