miércoles, 8 de diciembre de 2010

Roto y Descosido. Ella y el laberinto



Ese día rebuznó muy temprano, cuando casi todavía era de noche. Descosido se despertó empapado, sudando tinta y cereales, agitándose en su cruz como un merluzo extraviado. Miró el reloj y todavía estaban en la Antigua Grecia. En su pecera, Roto burbujeaba a saber qué sueños.

Se descolgó y preparó su tercer café con escayola cuando una pedrada nuquera que subió por el ascensor le avisó de que Ella estaba en el norte, allá donde el Minotauro. Pese a que las dudas arrasaban sus nervios como una plaga de interrogantes, decidió vestirse de atún rojo y emprender el camino norteño. Roto se apuntó por lo del turismo helénico y por ir a la pata coja, hecho que le agradaba los días de lluvia. Durante el trayecto sonaba el silencio de Descosido, con la voz de Dédalo en su cabeza y el recuerdo de Ella en su garganta.

Después de esperar tres meses para obtener el visado, Minos es escrupuloso donde los haya con la inmigración, rellenar cientos de formularios M/76 y verse obligados a aprender griego clásico en sus cuatro dialectos (¡Qué difícil era el arcado-chipriota!), llegaron a norte de la ciudad, justo donde el taxista les había indicado que estaría el laberinto. Roto trasteaba con sus pupilas cerradas entre sus recuerdos mientras Descosido vacilaba más que caminaba, tieso como una I mayúscula, avanzando con los poros erectos y su sangre en centrifugado..¿Qué le diría? ¿Cómo reaccionaría? Ella, tanto tiempo había pasado, esa piedra había escarbado recuerdos del calibre de un ciclón y resonado campanas de difícil interpretación.

Los tranvías silbaban salvas a Minos por todas partes, quien hacía poco había pactado con Mojo Poco. Pero no fueron los tranvías sino el brinco de un gañido estertóreo lo que les collejeó los oídos. Ambos giraron la cabeza y la imagen de una úvula bailando por sevillanas fue lo primero que vieron, incluso antes de que el siguiente gañido les abofeteara y provocara que Roto protegiera su tercera oreja.

Al parecer era Ariadna, quien blasfemaba como un efebo barbilampiño hordas de insultos contra Roto, que se atragantaba con tanto griego. Los pechos de Ariadna se hinchaban con cada bramido y a punto estuvieron de vislumbrar el sol norteño cuando miraron al suelo y descubrieron que Roto había arrancado el hilo que ella estaba sujetando. Ops.

-¡Oh! Lo siento, ha sido un error, ¿Un error trágico, trágico cómico, o incluso epopéyico? - se disculpó curioso Roto.
-¡Este era el hilo de Teseo! Yo soy Ariadna y eso es el laberinto de Dédalo.. ¡El laberinto del Minotauro!..
-¿Eso es el laberinto?- preguntó Descosido con unos ojos taladro.
-¡Oh! ¡Estamos en una tragedia! ¿Conoces a Eurídice? Me encantaría conocerla sabes..- añadió Roto.
-Excrementos de asno tísico, ahora Teseo no sabrá volver – siguió quejándose Ariadna.
-Bueno – respondió Descosido – ya la encontrará si es tan héroe, o sino que le ayude el Minotauro, Cortázar dijo que era un buen tipo.
-Teseo ha entrado a matar al Minotauro – sentenció como una daga Ariadna.
-¿A matarlo? - boquiabieron los dos – eso es de rencoroso chupacandados- añadió Roto.
-Yo iré a buscarlo, debo entrar de todos modos, le diré cómo salir- Descosido tenía cara de
azulejo.
-Voy contigo – dijo Roto.

Pese a que Ariadna no recordaba que su mito fuera así no le quedó otra que aceptar la nueva versión . Tras encargar un nuevo ovillo argentino y esperar tres semanas jugando a la rayuela, les deseó una hipócrita suerte manchada de sangre. Roto y Descosido entraban en el laberinto.

-De todos modos, Teseo es un fascista- balbuceó Descosido.

Y así entraron. Los túneles del laberinto se extendían como una bandada de serpientes y daban cuerpo a la obra maestra que cualquier otro juguetero haya creado. Las antorchas se inclinaban como vestidas de primera comunión y la cera chapoteaba al caer rompiendo un silencio monógamo y eterno. Tap Tap los pasos de Roto y Descosido era la única sinfonía descompensada.

Se perdieron, se despistaron, se extraviaron, se desorientaron, se confundieron y se confundieron de modo que no hallaron sino sus propios pasos una y otra vez, tap tap. Aun así siguieron en busca de Ella más que de Teseo. En una curva sin señalizar escucharon el rumor de una canción que llegaba de lejos y olfatearon la canción, era “Cnosos patria querida”... Dando cabezazos a las papeleras llegaron a una placita con 9 puertas que abrían a su vez 9 puertas que.., y allí en medio un soldado sentado, cantando y dibujando en la arena con su espada AK/9 diseñada en Creta.

-¿Eres Teseo?-pregunto Roto.
-Un farsante, eso es lo que soy, ¿Y vosotros? ¿Tienes tres orejas?..
-¡Cállate! ¡Qué tontería!..
-..Pero sí soy al que llaman Teseo, el gran rey Teseo. ¡Va!, todo mentira. Ahora estaba aquí solo esperando. Todavía tengo un par de horas.
-¿Un par de horas para qué? ¿Y el Minotauro? - preguntó Descosido.
-¿El Minotauro? No existe. Nunca ha existido. Me lo inventé.
-¿Perdón? ¿Cómo? - pregunto asombrado y tíldico Roto.
-¡¿Tenéis idea de lo difícil que es ser Teseo?! -estalló Teseo con la cabeza entre sus manos- siempre he tenido que ser el mejor, derrotar a todos y vencer en todo, venga matar palántidas , acallar revueltas, hablar con dioses, y siempre con una sonrisa. Odio ser un mito griego. Preferiría ser un mártir católico o un astronauta ruso.
-¿Y porqué inventaste el Minotauro? - arqueaba las cejas y los dedos de los pies Descosido mientras preguntaba.
-Me enamoré de Ariadna en una fiesta de fin de año, pero Minos es un déspota incorregible, amigo de la REALIDAD, y además padece de gases. Para poder estar con Ariadna y llevármela a Atenas debía hacer una gesta tal que ni tan siquiera él pudiera negarse, así que me inventé eso del Minotauro, de hecho era yo mismo quien llevaba puesta la cabeza de toro, la conseguí en una tienda de chinos. Hoy es el último día de mi horrible farsa, Ariadna no sabe nada de todo esto, pero saldré de aquí y podré casarme con ella. Me odió por lo que estoy haciendo.
Roto y Descosido no daban crédito a sus 5 orejas. Ni sabían qué pensar de ese hombre.
-¿Pero, y toda esa gente que ha muerto? ¿Y el laberinto? - preguntó Roto sin importarle ya su tercera oreja.
-Hablé con Dédalo, necesitaba un sitio donde nadie pudiera ver al Minotauro, así que construyó este. Pero en realidad hay una puerta secreta por donde entro y salgo cuando quiero. Sobre la gente, era demasiado arriesgado dejarles ir si sabían la verdad, así que los he matado a todos, cientos de ellos, niños, mujeres, mis manos están manchadas hasta el tuétano. Soy un monstruo sin cabeza de animal, pero con corazón de rata- y estalló a llorar- Y todo por amor.

Después de un perturbador silencio, Roto y Descosido, que eran malabaristas pero no estúpidos, empezaron a darse cuenta de que ellos podrían convertirse en el epitafio de esta tragedia, unos invitados honoríficos pero sin voluntad real. La saliva descendía como una aguja a través de sus gargantas mientras miraban el lloro infantil, aunque un tanto culebronero, de Teseo.

-¿Nos matarás también? - preguntó aterrorizado Roto que se había subido a una farola.
-No, ya no voy a matar a nadie más, ya se lo dije a la chica que estuvo aquí hace poco – respondió Teseo
-¿Qué chica? - exclamó Descosido - ¿Era Ella?
-No lo sé, sé que era preciosa, solo con el vértice de una mirada suya me he hecho ver lo que soy. Parecía una ninfa, quizás lo era.
-¿Por dónde se ha ido?- inquirió Descosido.
-Por esa galería, tercera a la derecha, segunda estrella a la derecha y todo recto hasta el mediodía, allí está la salida.., yo estoy cansado y ya no mataré, ya he matado al Minotauro y Ariadna me espera, me da igual lo que digáis ahí fuera, el mito está escrito y mi vida hundida. Soy una mentira escondida en un secreto escondido en una farsa, podéis iros.

Terminó de decir estas palabras en soledad, puesto que Descosido había salido corriendo seguido de Roto. Corrían como galgos y en la mente de Descosido se agrandaba la sonrisa de Ella. Una, dos, tres y a la derecha, derraparon sus zapatos rrrr. Todo recto mientras se oía el repicar de la espalda de Teseo a lo lejos. Galerías y galerías con telarañas eternas y ramas de olivos sin flor que arrancaron el sombrero vaquero a Descosido. Una luz a lo lejos dejaba entrever una silueta que no podía ser otra que la de Ella y mientras Roto trataba de recoger todas las ideas erróneas de Descosido este gritó un nombre ya casi olvidado en sus labios. Pero la figura no se volvió y aceleraron el paso tres velocidades.

La figura pareció haber salido del laberinto, justo unos metros delante de Roto y Descosido, quien rebuznaba rancheras de amor. Y, justo cuando estaban a punto de alcanzar el final que nadie había conseguido ver, sintieron sobre sus cabezas el peso de unas alas que les abrasó las cejas y las esperanzas, un peso caído del cielo como una crueldad mitológica, como una tragedia alada, y una voz que gritaba a lo lejos:

-Siempre serás un torpe, hijo mio, te dije que no volaras tan alto- era la voz de Dédalo.

Y encima de un charco de cera que hedía a derrota, herrumbre y orín se encontraron Ícaro y Descosido, sangrando sin poder moverse y sin poder hablar más que con su fracaso obtuso y estéril.

Roto se tambaleaba con la ceja partida y se dedicaba a recoger las ideas malsanas que supuraban de la cabeza de Descosido. La noche, mientras, llegó fría como siempre, sólo que con un puñal en el pecho.

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