domingo, 23 de enero de 2011

El Bulevar de los sueños Rotos. 2- Microondas

A partir de cierta velocidad, los procesos estocásticos y la identidad de la carne tienden a confundirse, y un “hombre” ya no designa nada sino una palabra aislada, convirtiéndose en aquello más cercano a una máquina célibe y domesticada. Un microondas por ejemplo. Con eso soñó Roto mutarse en forma pero no en fondo ni en tiempo.

Como todo microondas, la facultad expresiva de Roto se vio limitada rápidamente a un vocablo “ping” y ya vale, empezando a olvidar palabras y letras (la E y la J son las primeras siempre) mientras que su pensamiento residió en unas placas nerviosas verdes con cables azules que solo tuvo que retocar y decorar con cortinas, creando un pensamiento no lingüístico o lingüísticamente condensado en ese “ping”. Y eso ya no lo sabrá Lacán. Pero pese a formar parte del colectivo maquinal y la fama de sonsos que tienes, Roto no desplazó ni un ápice su voluntad quimérica, habituándose a su modelo CF 546 en un decir caparazón y pese a que empezó a tener pensamientos cuadriculados, mantenía su tercera oreja.



Desde su visillo, observaba a las personas abrirle y cerrarle, llenándole el alma de cafeína hasta querer saltar de la encimera al cielo, y ondeaba que eso no le llenaba ni a ellos ni a él. Hasta que un día de ley seca estival y con lluvia se puso a darle vueltas al molino y la bombilla de las ideas lúcidas se encendió; ¡“Ping”, dijo Roto! “Amplitud de estilo, amplitud de objetivos”, viendo interiormente constreñidos y estalactizados a todos cuantos daban volteretas a su alrededor, decidió pedirles que le cedieran su corazón, no para venderlo a traficantes de sentimientos, eso sí que no, sino para calentárselo.

Dicho y trecho, Roto puso un anuncio en el tablón del congelado de amor: “ping ping ping pingping!!! Ping ping, Ping”. Pese a que nadie se mostró voluntario al principio, un espartano condensado se mostró dispuesto y, tras arrancarse el corazón, se cayó al suelo muerto por inconsciente, como era lógico. Este contratiempo no detuvo a Roto, quien se ajuntó con otro que soñaba ser una máquina substituta de corazones, de modo que la gente podría quitárselos sin problemas y cambiarlo por una nuez bombeadora.

Y eso ya fue otra cosa, esquimales interiores, arterias en cubitos y gélidas aórticas iban a ver a Roto, le dejaban su órgano y venga a girar esa manecilla de la muerte llamada contador de minutos, 1 2 3 4 o incluso algunos hasta 5. A un par de banqueros hubo que hacerles varías sesiones. Y en cada corazón Roto se perdía, escuchaba sus historias y boleros y los vivía como suyos, que era quizás lo que la gente necesitaba, allí les dejaba sacar toda esa mala sangre y coágulos, dándoles ondas potencialmente cancerígenas. Roto había perdido sus sentimientos y vivía de los ajenos, que era la manera más dulce de no sentir su vida y ser en la de otros. Vivir una vida de sentimientos fingidos, que siempre es la mejor opción.

Un día vino la tía Asunción del pueblo, con el corazón de su marido en un jarrón, quien le había dejado de prestar atención por una colección de novelas en almíbar, y tras el calentón electrico, y al ver como este volvía a mirarla como cuando la vio esa mañana de western florecido, empezaron a revolcarse por encima de la encimera arrancándose ropa y cubiertos, rebanchándose con tan mala fortuna que desenchufaron el cable equivocado y con ello el último ping y el sueño soñado.

Roto despertó con un sabor oxidado de sangre en las encías.



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