jueves, 31 de marzo de 2011

La lección de anatomía

El gran acontecimiento siempre llegaba al final de la actuación. A pesar de que la REALIDAD daba cerco al circo y cirio al cerdo, todavía quedaban algunos reductos como éste. Y el acontecimiento no era otro que el de su trapecista, un efebo nada feo y fuerte, fijo en la cuerda con los ojos estornudados y desafiantes a un público que atrancaba sus suspiros. Y allí iba: 2 volteretas, 3 tirabuzones invertidos, 1 mortal con mostaza, 3 invertidos Copini, 2 angelitos negros y una Heinrich en un salto hermoso como el filo de una navaja. La gente lloraba cocodrilos mientras volvía de nuevo, lo mismo pero al revés, y en euskera. Algunos perdieron sus ojos, que saltaron de las órbitas “blup” y se fueron a México con unos traficantes, otros simplemente se comían los cocodrilos. Sin duda era uno de los momentos más bellos que Roto y Descosido habían visto en sus disipadas vidas, quienes se cogían de la mano con fuerza y recordaban que incluso ellos eran buenos ante tal poesía. Pero ese día el trapecista no bajó de la cuerda, no descendió esas ridículas escaleras de caracol. Mirando a los reales, cortó la sola cuerda que le comunicaba con el mundo, ese podrido cordón umbilical de una madre podrida y real. Y allí volvió de nuevo, acelerando su peripecias, mortal tras mortal, invertidos y de todos los colores, Copinis sin abrir los brazos y un tirabuzón de tiempo parado y poesía pasiva. El mono que dirigía la compañía salió cabalgando para detenerle, pero no hubo caso, y lo hacía más alto y más rápido. Parecía un ángel mecánico, una estrella fugaz en libertad y sin muletas. La efervescente REALIDAD no tardó en llegar con bomberos reales y situaron una escalera mecánica debajo del trapecio, y venga a subir pero no estaban ni a la mitad del primer traste cuando el trapecista decidió detenerse y enfocarlos, para luego saltar al vacío, sin redes ni tirabuzones ni arte, solo con una breve y esquiva lágrima que estalló al salir de sus ojos. Y después el golpe final. Se hizo un silencio precintado y contagioso que duró 3 horas. Hasta que un sofá Molotov salió volando desde los últimos asientos rajando el aire como un pétalo y mordiendo el silencio hasta que estalló encima de cascos negros que ya ardían como hormigas. Y a esto le siguió una lluvia de cristales y capuchones hacia las fuerzas del orden que, como no, quisieron terminar con ese desorden. Miles de hormigas reales entraron en la carpa y golpearon a cualquiera que estuviera por allí, al director simiesco, a Charles Bovary e incluso se golpeaban entre ellos. Roto trataba de encontrar algún agujero para escapar mientras Descosido cubría algunos niños jubilados de los golpes de sacapuntas que zumbaban en espiral. Otro mueble molotov, en este caso una cama individual, abrió un hueco suficiente para poder escabullirse en un santiamén, pero no fue tan fácil como decir pamplona y algunos quedaron atrancados, entre ellos Roto y Descosido. Una garra peluda en el hombro de éste último le anunciaba su detención, la de ambos de hecho, mientras los niños pensionistas y desagradecidos huían como podían. Y así fue como se vieron encarcelados. Dio la casualidad o el desatino que les condujeran a una cárcel holandesa allá por el 1632 donde todo olía a patatas, vinagre y oleo. En la celda, delante de Roto y Descosido, estaban un grupo de astronautas encarcelados por la pegajosa huelga del centollo, que sí, que todavía daba de qué hablar, el chimpancé director, un ladrón de suspiros y al lado justo de ellos una figura difícil de definir, escondida en la penumbra cadenosa. El chimpancé y los astronautas empezaron a burbullar sobre el centollo y los diagramas, lo que empujó a Descosido a hablar a la figura, - Sólo estás aquí también días vacíos, ¿sí?

- ¿Cómo?- respondió la figura

- Perdón- añadió Roto, siempre se pone de un tíldico insoportable en las prisiones. Está nervioso. - ¿Qué haces aquí?

- Espero, mañana doy el salto y seré inmortalizado- respondió la figura. Ajustándose su sombrero tirolés, Descosido preguntó de nuevo, - ¿Cómo te llamas?

- Me vienen a llamar Adriaan Adriaanszoon, pintor y anarquista históricamente prematuro. De hecho me quedan pocas horas, al bostezar el alba me van a colgar. ¿Conocéis a Rembrandt?

- ¿El pintor o el basurero? - intervino Roto

-¿Tienes tres orejas? ¿El basurero?

-Sí, es que nuestro basurero se llama Rembrandt, es muy simpático cuando no bebe clavos, claro – dijo Roto tratando de que el chimpancé no viera su tercera oreja.

- Hablo del pintor, siempre quise ser un gran pintor, un artista eterno y galáctico, dediqué todos mis esfuerzos a ello, y finalmente lo logré, empecé a trabajar con él y soñaba con llegar a aparecer en las carpetas de las adolescentes. Fue el gran error. ¡Ese gran pintor REALISTA! trabaja para ellos, él y su amigo Tulp, ese con cara de madera, son espías de Mojo Poco, incluso lo olí un día en el taller. Y yo estoy en la REVE además.

- ¿La REVE? - preguntó Descosido. El chimpancé también se había girado y dando una voltereta se había sentado para escuchar a Adriaanszoon.

- Somos los Revolucionarios Estéticos de Vigilias y Ensueños, entré del pie de Artaud y luchamos para frenar a la REALIDAD. Estamos en ello. El facto es que Rembrandt odiaba mi manera de pintar, lleno de manchas y rallas, poco realista decía, la creatividad es de amante pobre. Y yo me mordía las encías y los pinceles. Rembrandt es el brazo artístico de Mojo Poco, pretende desusar y eliminar la imaginación en la pintura. Pero al menos aprovechaba cuando iban a esas reuniones con capuchas y antorchas con Tulp para hurgar en su MSX y pasar información por canguro mensajero a la REVE.

- Esos canguros saben lo que hacen – añadió el chimpancé.

- El hecho es que un día me sorprendieron con los pies en la pasta y se terminó todo, iban a darme muerte al microsegundo cuando Rembrandt recordó que tenía un cuadro a medio hacer, uno encargo de Tulp precisamente, y le faltaba sólo un modelo final, un colaborador especial, ese debía ser yo. Ese soy yo. Zoquetes, no saben que seré la estrella del cuadro, inmortalizado por fin, el primer artista conceptual que dará con su vida en una obra, mi cuerpo será arte y lo será para siempre. De un salto entraré por la puerta grande de la pintura. Y allí, seguiré soñando. Un amante dejaba a otro y el alba se sacudía la pereza. Un ruido de llaves hizo saltar a todos, absortos como estaban con la historia de Adriaan. Es tu hora dijo una lata con patas y embudo en la cabeza, a lo que los astronautas intentaron protestar como estaban acostumbrados a hacerlo. Pero fue en vano y se lo llevaron arrastrándole ante los ojos cristalizados de todos, incluso del ladrón de suspiros. Adriaanszoon aun tuvo tiempo de ladear la cabeza y guiñar un ojo a los demás. - ¿Y nosotros? - bordó el chimpancé al latoso antes de cerrar.

-Ustedes pueden irse ya, pero nada de circos, malditos hippies. Menos tú, el de los suspiros, tú quédate Y así fueron brotando de la cárcel holandesa uno a uno los astronautas, Roto y Descosido eran los últimos junto al chimpancé, que encendía un puro lleno de rabia. Desde el claustro que debían atravesar vieron los latosos disponiendo la soga, y a Adriaanszoon la venda de terciopelo en los ojos. No pudieron mover ni un dedo durante los dos meses que duró la preparación. Allí iba el primer performista, el artista más valiente, el anarquista que dará su vida por ser oleo y aceite, por transmutar su piel en pinceladas gruesas y luminosas. Con lágrimas que se derrumbaban mejillas abajo, ninguno de los tres no pudo evitar levantar su puño y cantar la Internacional Soñadora. Dicen que una leve sonrisa brillo como un diamante en el rostro de Adriaanszoon antes de morir. - Tenemos que hacer algo Roto, no puede continuar así – dijo Descosido mirando el suelo.

- ¿Qué haremos? - preguntó Roto

- No lo sé, pero hay que soñar, hay que soñar..