jueves, 29 de abril de 2010

Roto y Descosido. Un día en el metro.

Un mediodía cualquiera, cuando Roto y Descosido volvían a casa después de discutir perfiles cabareteros. Sus ojos vidriosos pedían clemencia a los soles fluorescentes de la calle mientras se dirigian a la estación de metro más cercana y repasaban la tabla del 4. Llegaron a la esquina y bajaron las escaleras de tres en dos clap clap clip clap y penetraron en los túneles de la linia ф, la que les llevaba a su casa. Ésta era nueva, y los vagones iban tirados por un convoy de elegantes renos arábigos con ruedas británicas, y además el piloto ya no necesitaba ser escandinavo.

No pudieron sentarse debido al gentío y, en un preciso instante, quizás debido al vaivén hipnótico quizás al sueño que entraba por los pies y pasaba por el estómago de Descosido, éste dio una cabezada que le hizo saltar alle-hop su sombrero de jipijapa hasta el suelo dando antes tres vueltas y media con tirabuzón introvertido a cámara lenta digno del primer puesto en un concurso olímpico local de saltos sombreriles. Tamaño suceso provocó un caos de allí te espero en el vagón, viéndose todos manchados por las ideas descubiertas de un Descosido fuera de sí. Las mujeres con rulos y perros de porcelana cacareaban asustadas, los maniquies estallaban en pedazos y los viejos marineros se protegían con sus arpones mientras Roto apartaba las estripers de las barras deslizadoras para subirse y pedir ayuda como podía.

- ¡No se alarmen!- decía- no pasa nada, tiene jaquecas ensombrecidas graves.., ¡Señora! No aulle así, por favor..
- ¡Aah!- la señora daba cabezazos contra la puerta- ¡Y este tiene tres orejas! ¡Dejadnos en paz! ¡Punkis! ¡Golfos!
- ¡Cállese! ¡Siéntese! ¡Qué idioterías! -respondió Roto.

Descosido tenía los ojos en blanco estucado y se esparcía por todas partes con la preocupación de no ser alcanzado por ninguno de los arpones que un marinero de salón lanzaba subido a un banco para no contaminarse de ninguna idea Descosida. Hasta los caballos se detuvieron con tanto escándalo y la gente no tardó en encender las torchas de emergencia. Y claro, las SESO no tardaron en llegar alarmados por tanta creatividad detonada en sus Radares de Ondas para Llevarse Oníricos (popularmente ROLLO). Entraron dando un puntapié al vagón y empujando a las señoras que se les tiraban encima vitoreándoles como ídolos salvadores. Por suerte, Roto y Descosido habían conseguido bajarse en una estación errónea y salieron relinchando de allí. Para detener la hemorragia, Roto improvisó un sombrero napoleónico con un ejemplar del Amigo del pueblo del pesado de Marat encontrado en el suelo. Se lo encasquetó cuidadosamente a su estimado amigo y éste empezó a calmarse y a coger un poco de color, pero todavía andaba dubitativamente. Las SESO volaban a su alrededor en dirección al vagón y ellos repasaban la tabla del 7 para disimular, 7x1 es 7, 7x2 catorce, 7x3...

Cuando salieron de la estación todavía era Navidad y andaban cogidos del brazo al mismo tiempo que las SESO hacían explotar la estación de metro por los aires con las señoras, marineros, maniquies y caballos dentro, produciendo una lluvia de confeti que caía como nieve sobre ellos. Roto se acercó al oído de Descosido y le susurró:

- Tú cabeza está llena de errores.
- Sí, lo sé. Pero son mis errores y los esparciré por donde quiera- respondió Descosido.
- Entonces hagamos oidos sordos a la aritmética y volvamos a casa a descansar.
- Mejor rompámos nuestros oidos y tirémonos al Nilo esta noche -añadió colocándose bien el planfleto revolucionario.
- Con un sólo Roto es suficiente, volvamos a casa, te lo pido...

Y las dos figuras fueron desapareciendo paulatinamente en una densa niebla de yeso y astillas.

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